¿Pero qué se ha creído esa? Será borde y estúpida,
parece que le han metido un palo por el culo o, mejor aún, la escoba entera; lo
estirada que va siempre, tan sobrada, tan prepotente, tan divina de la muerte,
tan “yo lo sé todo”, tan “perdona, bonita”, si te saluda te está haciendo un
favor y eso si te chocas con ella de frente y no le queda otro remedio, que si
le da tiempo vuelve la cara y te deja escupiendo al vacío el “hola, buenos
días”. ¡Vaya compañera!, como si no fuéramos todos iguales, que todas tenemos
lo mismo, reina y, lo que es peor, todas ganamos la misma miseria. No habla con
nadie, no se relaciona con nadie, como si la fuéramos a pegar algo… ¡Hombre,
ya!
Un tiempo después de que “la estirada” dejara la
empresa, recibimos la triste noticia: había muerto de una sobredosis de
tranquilizantes, la policía la encontró en su casa cuando una vecina alertada
por el desagradable olor que escapaba por su puerta los avisó. Murió sola, como
había vivido desde que su madre la abandonó a los pocos días de nacer. Creció
en un centro de acogida hasta que, por fin, fue adoptada por una pareja
encantadora que falleció en un accidente de tráfico dejándola, de nuevo, sola
en el mundo cuando tenía diecisiete años. Cinco años después su novio la
abandonaba delante del altar. Fue entonces cuando decidió ponerse los tacones
para salir a la calle y dejar las zapatillas de andar por casa para su
destrozado interior. No soportaba que la compadecieran, que la miraran de forma
diferente, que comentaran, que la tuvieran lástima y cada mañana se ponía la
sonrisa postiza y el arnés en la espalda, por unas horas no se permitiría dar
pena.
Al llegar a casa, debajo del disfraz, aparecía la
niña abandonada y aterrorizada, que pasaba las noches llorando de pena y de
rabia; que no supo pedir ayuda y eligió el camino más fácil.
Quizá si hubiéramos intentado probarnos sus tacones…
Una historia Teresa más común y habitual de lo que queremos creer. Vemos y hablamos sin saber que hay detrás. Los disfraces que uno se coloca para no mostrar son infinitos, aunque al final disfraces. Es aconsejable calzarse los zapatos ajenos antes de rechazar.
ResponderEliminarUn abrazo.
¿Cuántas de ellas habrá por alli?, quizás demasiadas...es una lástima!
ResponderEliminarBesitos
Uy... realmente no? a veces uno se va de boca diciendo cosas que al final no sabe nada más que quedarse ausente de la otra realidad... cada uno tiene una forma de ser y para entender eso hay que caminar en los zapatos del otro... a veces nunca llegamos a hacerlo pero por lo menos hay que intentarlo. Un buen relato para mi domingo juevero :D un beso... no te tenía agregada a mi lista, pero ya lo estoy haciendo!
ResponderEliminarTeresa, me han parecido dos relatos demoledores, distintos, pero con esa dosis de humanidad mal entendida o mal vivida. No siempre me probaría algunos zapatos, pero te aseguro que los miro para acercarme a ellos, jeje.
ResponderEliminarDos abrazos.
Con qué facilidad caemos en la equívoca interpretación de las historias ajenas!.
ResponderEliminarHay mucho dolor detrás de lo que se muestra y aparenta.
Un abrazo
Esa actitud suena a armadura, a protección contra vientos y mareas. Muchos optan por ello, para brindar una imagen de fortaleza y "todolopuedo", solo que no se dan cuenta el rechazo que generan. No está bueno generar lástima tampoco, pero tal vez, el abrir un poco la puerta de su realidad a amigos, le hubiera evitado tanto tranquilizante y el trágico final. Muchas veces es válido el intercambio de zapatos, más no sea para acercarnos a verdades que por ahí ignoramos. Muy buena también esta segunda entrega!
ResponderEliminarBesitos al vuelo:
Gaby*
Muy buena segunda entrada, PUNTOS...
ResponderEliminarA veces nos enteramos tarde de las debilidades de aquella o aquel que parecía muy fuerte,debimos holernos que tanta chulería llevaba trampantojo amañado, somos frágiles vestidos de gladiadores, o gladiadores vestidos de ovejas, somos complicados y no damos abasto ni a conocernos a nosotros mismos ¿algo falla?
Besito y felicitación por el añadido,nunca sobra si es tan acertado.
Nota: Acabo de subir una entrada que no sale en ningún blog, Malta 2, y me la curré a fondo, lo digo por si quieres viajar y tienes tiempo. Más besito.
Voy volando a Malta o imagino que vuelooooo!!!
EliminarBesitos
En un ataque de sinceridad, te diría que esas primeras palabras (hirientes) las escupiría sin temor en caso de toparme con alguien así. También depende del estado en el que me encuentre, quizás la ignoraría por completo, la dejaría pasar. De todas formas, es la misma opción. Es difícil ponerte en los zapatos ajenos cuando te reciben con una piedra en cada mano. Muy interesante tu aporte, gracias y he terminado el sendero que nos propuso el zapatero, ahora voy a su encuentro, a leer su relato, saludos!
ResponderEliminarTeresa, cumplo en avisarte que el Sr. Flin te ha concedido un premio, que por supuesto quedas en libertad de continuar o abstenerte.
ResponderEliminarun abrazo
Pués me ha impresionado especialmente porque tengo una íntima amiga que ha vivido una situación similar. Por suerte no llegó a ese final que cuentas, ha recompuesto su vida y dejado atrás soledades y desprecios.
ResponderEliminarBesos Teresa
Cuantas y cuantos casos iguales aunque espero que no con el mismo final.
ResponderEliminarMe ha impresionado porque seguro que reconocemos esa actitud en mas de uno/a a nuestro alrededor.
Un beso