viernes, 20 de febrero de 2015

ESTE JUEVES, UN RELATO: ARGUMENTOS ONÍRICOS

Regreso esta semana a los jueves de la mano del Demiurgo de Hurlingham, anfitrión juevero de la convocatoria de hoy, con una interesante propuesta: ARGUMENTOS ONÍRICOS.
El Demiurgo nos ofrece varios planteamientos basados en sueños y delirios como base para desarrollar nuestro relato. Dado que algunos de esos argumentos son temas que había tratado con anterioridad en algunos de mis micros, he decidido hacer una especie de cóctel en el que el inicio y el cierre de la historia son dos reediciones que se adaptaban a los temas planteados, uniéndolos e intentando darles coherencia mediante un desarrollo inédito.
Ah! Lo siento mucho pero, en esta ocasión, me he pasado de las 350 palabras, como habitualmente soy muy esquemática y la mayoría de las veces no llego al límite, creo que queda compensado, espero que no me regañéis :)




Cada noche el sueño se repetía. Cuando Amairal cerraba los ojos comenzaba su viaje sin retorno. Desde su cama y con los ojos cerrados aquella atormentada muchacha veía pasar un antiguo tren, lleno de vacíos, de ilusiones rotas, de paquetes de papel de estraza, de niños que nunca nacieron, de ojos de mirada ausente, de maletas tristes, de viajeros que se pasaron de estación… porque no iban a ninguna parte.
Pero esa noche fue distinto. De repente, escuchó con claridad cómo alguien la llamaba desde una de las ventanillas del vagón de cola, sin pensarlo saltó de la cama y subió al tren. En la última estación, aquella en la que el convoy entraba en una vía muerta, la esperaba un misterioso desconocido, un extraño hombre que cubierto con una capa negra y ocultando su rostro con una máscara se acercó a Amairal que, descalza y en camisón, había descendido del tren y deambulaba entre las traviesas.
—Esto no es real, es solo un sueño, en cualquier momento despertaré en mi cama con un horrible dolor de cabeza, como todos los días —se dijo a sí misma intentando tranquilizarse.
El hombre se acercó a ella y adivinando sus pensamientos le dijo:
—Crees que todo esto es fruto de un delirio y no te falta razón, pero la línea que separa el mundo real y consciente del de los sueños es demasiado fina, un alma poderosa como yo puede traspasarla con facilidad  y arrastrar conmigo a quien yo desee. Una joven hermosa y delicada, con un espíritu complejo y perturbado como el tuyo siempre es bien recibida en nuestras filas —le susurró al oído Dame tu mano, si vienes conmigo, esta noche terminará tu sufrimiento en este mundo, haremos de ti un ser muy especial, dispondrás a tu antojo de la vida y de la muerte, ¿no te seduce la idea de convertirte en  reclutadora de almas?
Amairal dudó por un instante, todavía confiaba en que despertaría de aquel mal sueño, tan real que dolía. El miedo y el frío la hacían tiritar.
Las palabras de aquel hombre resonaban en sus oídos, tal vez fuera la solución, quizá esa era la forma en que la vida le ofrecía una última oportunidad… o quizá no.
No lo pensó más. Alargó su mano para agarrar la de aquel hombre que la esperaba extendida. Cuando sus dedos se rozaron Amairal sintió un terrible escalofrío que le recorrió la columna vertebral y un dolor punzante atravesó su pecho. Con un rápido movimiento retiró su mano al tiempo que de su garganta se escapó un grito desgarrador:
—¡Nooooooooooooooooooooooooooooooooooo!
La despertó una mano aferrada a su cuello. Apenas podía respirar. Sentía las palpitaciones de su carótida retumbando como golpes de tambor en la cabeza. No entendía nada, le costaba creer que todo aquello estuviera sucediendo realmente y no se tratara de una angustiosa pesadilla de la que la sacaría en breve la desagradable y estridente musiquita del despertador.
Pero la situación se volvía cada vez  más real e insostenible. Notaba sus labios hincharse por momentos, podía intuir su color amoratado y  la palidez mortal que se iba apoderando de sus mejillas.
Su resistencia estaba llegando al límite y su vida a un triste e inesperado final. No duraría mucho más si aquella mano pertinaz insistía en apretar su cuello de esa manera, pero ¿Por qué? y lo que más le inquietaba ¿Quién?
En su último aliento su retina grabó una última imagen: aquella siniestra mano sin cuerpo.




Si queréis leer más delirios no dejéis de visitar al Demiurgo

miércoles, 18 de febrero de 2015

MICRO SELECCIONADO PARA "INSPIRACIONES NOCTURNAS"




A petición popular de mis amigos y seguidores de facebook, comparto con vosotros mi micro seleccionado para la antología "Inspiraciones nocturnas" organizado por Diversidad literaria,entre las bases del certamen no superar las cinco líneas de extensión. Espero que os guste.


NOCTURNIDAD




Nocturnidad, negrura entre tinieblas, tristeza de un noctámbulo romántico que colma de 
compasión su condena reverberando su pena en un rincón. Temerario tenebroso aferrado a un compasivo revivir. Ráfaga que rauda raya el cielo. Noche triste que termina, rompe el día al clarear y un noctívago inmutable reposa sin respirar.





domingo, 8 de febrero de 2015

¡PREPARADOS PARA EL LANZAMIENTO!


Ahora sí que ha llegado el momento de hacer público mi nuevo trabajo, ya puedo contaros lo que me ha tenido tan atareada estos últimos meses.






Hace un tiempo que algunos, no sé si amigos o enemigos, me propusieron lo que hasta entonces nunca me había planteado: escribir para niños. 
Aunque mi vida diaria está muy ligada a los niños, personal y profesionalmente, la literatura infantil era algo que mi espíritu de asesina literaria no permitía que entrara en mis planes. 
Sin embargo, en un momento de debilidad, me dejé convencer y encontré la manera de unir terror y literatura infantil en un reto que me motivó y me enganchó.

Así nació una colección llamada “Cuentos sin miedo” que pretende desmitificar los miedos de todo tipo y los clásicos personajes de historias de terror.
Pero para esta aventura necesitaba una compañera de viaje, porque un cuento sin ilustraciones es como Batman sin Robin, y encontré otra loca peligrosa como yo, que aceptó embarcarse conmigo y tengo que decir que me siento muy afortunada y agradecida de que lo hiciera.

Aquella propuesta que comenzó siendo un simple comentario, hoy es una realidad, así que ya sin más preámbulos puedo anunciar oficialmente que en breve verá la luz "Cuentos sin miedo", una colección de cuentos infantiles escritos por una servidora e ilustrados por la mejor ilustradora del mundo mundial Gabriela Tugores.

De momento son cuatro los títulos que van a salir al mercado:

    Frambuesa, la vampiresa.
    Los problemillas de Lucrecia.
    Un cuento de miedo.
    Tifón, un dragón diferente.

Serán publicados por Editamás Editorial y muy pronto podréis conseguirlos a través de la web de la editorial o solicitándolos en cualquier librería.

En los próximos días os iré informando del lanzamiento, de las fechas y lugares de las presentaciones así como de todas las novedades que vayan surgiendo.

Espero que os gusten, sean todo un éxito y la colección se vaya ampliando, yo estoy muy emocionada e ilusionada con este proyecto.

Aprovecho para contaros también el nacimiento de mi nuevo blog de autora, todavía en construcción, en el que podréis estar al tanto de las últimas noticias sobre mis obras, próximas publicaciones y cómo conseguirlas:


¡Gracias a todos por vuestro apoyo y por la difusión!


jueves, 5 de febrero de 2015

PREMIO CUÉNTAME TUS SECRETOS

Puntos... recibe de la mano de H. Kramer y su blog  LHS el premio:

CUÉNTAME TUS SECRETOS




Este premio tiene su origen en el blog de Marifer Pizzani y consiste en mencionar siete manías, caprichos u obsesiones que tengas y que no suelas contar, indicar quién te lo entregó, compartir la imagen y pasar el premio a cinco personas más.

Bueno, ahí van mis siete manías:

1- Soy bastante maniática.
2- Necesito espacio vital.
3- No me gustan las aglomeraciones, me agobia la gente.
4- Al lado de mi ordenador tengo siempre un cuaderno que no soporto que toque nadie y menos que arranquen hojas.
5- Odio el frío y la lluvia.
6- Hago colección de tazas e imanes para la nevera de los lugares que visito.
7- Las toallas siempre tienen que estar bien colocadas y centradas en el toallero.

Y no cuento más porque ya sabéis demasiado y porque ya he puesto las siete cosas :)

Gracias Kramer por acordarte de mis Puntos... y hoy voy a rebelarme contra mi rebeldía de no pasar el premio y se lo voy a otorgar únicamente a un blog que seguro estará encantado de recibirlo, así que, the award goes to...

 Ariel  de Ricky el vikingo dark




martes, 3 de febrero de 2015

PUNTOSUSPENSIVOS PRESENTA... UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD DE JAVIER NÚÑEZ

Como ya sabéis Puntos... es un blog personal y no un blog de reseñas ni de colaboraciones, eso no es óbice para que siempre esté abierto para promocionar y colaborar con los amigos que lo necesiten y mucho más si se trata de un gran escritor como el que hoy os traigo.
Ese es el caso de  Javier Núñez, autor de "El sendero del horror" del que ya os hablé en su momento.
Es para mí un honor que me permita presentar en mis Puntos... un relato inédito que os invito a leer porque seguro que os sorprenderá.




UNA HABITACIÓN PARA LA ETERNIDAD
por Javier Núñez
Correctora: Bea Magaña


Rafaela se encontraba sentada ante una pequeña mesa de madera ajada, llena de vetas y nudos oscuros, jugando una partida de solitario con una baraja española. Las cartas dispuestas sobre la superficie gastada estaban combadas y llenas de dobleces. Cogió una  del montón que sostenía boca abajo en la mano izquierda, le dio la vuelta y la examinó. Comprobó que se trataba del cuatro de espadas y la dispuso en la parte inferior de una de las hileras. Pese a moverse con gestos lentos y pesados, no necesitó detenerse a pensar dónde ponerla. Había jugado tantas veces aquellas partidas. Tantas miles de veces…
Alzó la vista y miró hacia el pequeño bulto que yacía tendido en la cama, inmóvil frente a ella. El armazón de esta era de un hierro tan deslustrado que ni siquiera la luz del sol que se colaba tímidamente por la ventana era capaz de arrancarle un destello. El hombre que se encontraba bajo las mantas estaba recostado sobre el lado izquierdo, de cara a la suerte de puerta de que disponía la habitación, y permanecía inmóvil durante tanto tiempo que podía inducir a pensar que estaba muerto. Solo que no era así. No allí. La realidad era que se hallaba tan débil que apenas era capaz de mover una ínfima parte de su propio peso.
Rafaela regresó a su partida de solitario. Al agachar la cabeza comprobó que, por sí misma, su mano derecha ya había comenzado a depositar una sota de bastos en la parte inferior de otra de las hileras. El resultado no era importante para ella. Le daba igual si completaba o no el solitario, pero la decisión de seguir jugando no le pertenecía. Continuaba haciéndolo porque no tenía alternativa. Arrojar las cartas contra el suelo y cruzarse de brazos no constituía una opción válida. Su margen de movimientos no podía ser más reducido. Con excepción de algunas pequeñas modificaciones conductuales sin importancia, todo escapaba a su control. Todo estaba escrito, y quien lo hizo había usado tinta indeleble. De la que perduraba en el tiempo, sin siquiera emborronarse.
El As de copas, la siguiente carta, no encajaba en ninguna de las siete hileras, así que la devolvió al montón y cogió otra. Jugó durante un rato más. Hasta que, poco a poco, el montón fue disminuyendo de grosor, y se quedó con menos de una docena de cartas en la mano. Colocó un tres de oros al final de la tercera hilera empezando por la izquierda antes de que la partida entrara en una fase de bloqueo insalvable y no le quedara más remedio que darla por finalizada. Las soltó boca arriba, sobre la mesa, y comenzó a recogerlas para empezar una nueva.
Aunque, en realidad, no tenía nada de nueva.
No necesitaba jugarla para saber que la próxima también la perdería. Pero, aun así, debía hacerlo. Debía jugarla. Como todas las anteriores, y como todas las que vendrían después.
Cuando volvió a quedarse bloqueada —esta vez con solo cuatro cartas en la mano—, retiró la silla de madera hacia atrás y se levantó. La anea entrelazada crujió cuando despegó el trasero del asiento. Se alisó la falda y se acercó al hueco abierto en la pared que hacía las veces de ventana. Al otro lado de los listones de madera que la delimitaban, el cielo era de un color gris ceniza a causa de las numerosas nubes que lo cubrían —incluso bajo ellos; como si la habitación flotara en el espacio—. A través de estas, el sol pugnaba por abrirse paso como un aguerrido soldado en medio del fragor de la batalla. Cuando lo lograba, sus rayos diluían la penumbra en que se hallaba sumida la habitación e iluminaban vagamente sus contornos. Al mismo tiempo, los rasgos de Rafaela mutaban y se transformaban en un cúmulo entremezclado de luces y sombras en su rostro surcado de arrugas.
La última vez que había examinado su reflejo en un espejo tenía el pelo entrecano, y sabía que eso no había cambiado. Ni ninguna otra de las características de su apariencia o condición física. Seguía teniendo una acentuada red de varices en las piernas, la verruga con forma de lágrima del párpado izquierdo, molestias en la parte baja de la espalda como resultado de toda una vida de duro trabajo. Porque en aquel sitio las cosas no variaban. No mejoraban ni empeoraban. Ya que allí el tiempo —y todo cuanto pudiera guardar relación con él— no ejercía la menor influencia. De hecho, literalmente, no existía.
Al cabo de un rato se volvió, atravesó la habitación y se detuvo ante la cabecera de la cama. La cabeza del hombre yacía apoyada sobre una fina almohada. Tenía los carnosos párpados caídos sobre los pómulos, el pelo corto, negro y despeinado, y una barba desaliñada que se amontaba en torno a sus mejillas y bajo su barbilla como un ovillo de lana después de que un niño hubiera estado jugando con él. Bajo esta se adivinaban con claridad unas mejillas hundidas, que hacían que los pómulos parecieran más prominentes y los ojos más hundidos en sus cuencas. Su nariz era ancha y estaba sepultada bajo un aluvión de venitas rotas: un rasgo muy común entre los alcohólicos.
Rafaela no tenía ni idea de cómo se llamaba. De igual manera que no sabía por qué compartía esa habitación con ella. Por su aspecto, daba la impresión de que había llevado una vida desordenada y poco saludable. Y el hecho de que hubiera terminado allí añadía un nuevo elemento a la ecuación: no había sido una buena persona. Como ella, al parecer. Por eso permanecían atrapados en una burbuja que no estallaba y que todo apuntaba a que nunca lo haría.
Sus intentos de entablar conversación con el hombre habían pinchado en hueso. Era consciente de la presencia de Rafaela, pero hablar resultaba ser una tarea demasiado ardua para él. Rafaela pensaba que, para terminar en ese estado, debía haber hecho mucho daño y dejado tras de sí mucho dolor durante el tiempo que su corazón había bombeado sangre a todos los rincones de su organismo.
El hecho de que no solo hubiera terminado allí, sino que su castigo fuese permanecer inconsciente la mayor parte del tiempo, le había encogido el alma. Pero eso solo había sucedido al principio. Los primeros días, por así decirlo. Luego había concluido que existían varios preceptos inviolables, cuyo quebrantamiento le hacían a uno acabar allí. Y que el hombre debía haberse llevado unos cuantos por delante, como un obstáculo en medio de las vías al paso de un tren de mercancías. Varios peldaños por encima de los que quiera que se le atribuyesen a ella, en todo caso.
El hombre sufrió el esperado ataque de tos y Rafaela lo recibió con tranquilidad, inclinándose sobre él y rodeándole el cuerpo con los brazos. Bajo los huesudos omóplatos, su piel estaba blanda y correosa, y despedía un tufo agrio semejante al de la leche de un brick olvidado en el fondo de la nevera, detrás de un bote extragrande de mostaza. Tiró de él y lo incorporó sin dificultad. La manta con que se cubría cayó sobre su regazo, dejando a la vista un torso descarnado que era poco más que pellejo, en el que destacaban dos gruesos pezones sonrosados rodeados de una mata de oscuro pelo largo y rizado.
Estuvo dándole palmaditas en la espalda, sin preocuparse por que le tosiera en la cara, hasta que se le pasó. Seguía resultándole tan desagradable como la primera vez, pero hacía mucho que había dejado de atender a remilgos. Cuando el cuerpo del hombre empezó a relajarse, Rafaela lo apartó de sí y lo recostó nuevamente sobre el colchón. Su boca abierta dejaba a la vista unos dientes amarillentos y picados, y un reguero de baba le rodeaba la boca y se le escurría por entre la barba. Boqueó varias veces, como un pez fuera del agua. Entonces, entreabrió los ojos y articuló un inaudible «gracias».
Rafaela no contestó. El simple hecho de que aquel hombre estuviera allí le despertaba un profundo sentimiento de animadversión.
¿Cuál era la historia de su vida? ¿Qué era aquello tan horrible que le había hecho terminar en ese lugar?
Aunque, si lo odiaba, ¿lo justo no sería que se odiara también a sí misma? No recordaba nada de su vida anterior. Todo su pasado se había borrado de su cabeza como una foto velada. Así que no podía saber qué acción o acciones la habían condenado a quedar atrapada en aquel sitio. Pero, en el fondo, eso era lo de menos. Un mero detalle sin importancia, porque recordarlo no cambiaría nada, partiendo de la base de que el pasado era inalterable.
El hombre había vuelto a dormirse, y Rafaela se giró hacia la puerta que tenía a su espalda. O la apariencia de puerta, más bien, puesto que carecía de picaporte, cerradura y bisagras. Al principio de estar allí —fuera cuando eso fuese— la había aporreado y pedido ayuda a gritos, pero nunca acudió nadie. Y era demasiado robusta para una mujer de sesenta y tres años con problemas de circulación en las piernas y artrosis en las articulaciones. No podría tirarla abajo ni aunque fuese de cartón prensado.
Fuera, el cielo seguía siendo de un gris plomizo, pero el sol había ido desplazándose hacia el oeste hasta desaparecer del campo de visión que le ofrecía la ventana, sumiendo a la habitación en una penumbra aún más intensa de lo que había habido hasta entonces. Volvió sobre sus pasos y encendió la pequeña lamparita metálica que había sobre la mesa. La bombilla de escasa potencia iluminó un círculo de unos tres metros de diámetro que confirió un aire ominoso a la habitación.
Cuando el hombre encamado sufrió un nuevo ataque de tos —la tos de un fumador de toda la vida—, Rafaela volvió a incorporarlo y lo mantuvo sentado hasta que se le pasó. Esta vez, el hombre no le dio las gracias. Quizá porque se había quedado definitivamente sin fuerzas. Al cabo, lo recostó con cuidado y lo arropó con la sábana hasta el pecho.
—No soy una mala persona —dijo, elevando una protesta a la habitación vacía de oyentes.
Cada vez que llegaba aquel momento exacto abría la boca y las palabras brotaban del fondo de su garganta, estranguladas por la angustia. No siempre decía lo mismo. A veces, la queja variaba. Solo que no sabía si estaba diciendo la verdad o únicamente algo que se empeñaba en creer. Muy probablemente lo segundo, habida cuenta de los resultados.
Regresó a la mesa de madera desnuda y cogió la baraja. Al principio pensaba que, al menos, su castigador había tenido la deferencia de concederle algo con lo que distraerse. Entonces, en cierto momento del ciclo, se le había ocurrido que los naipes eran el pretexto perfecto para todo lo contrario. Dado que allí no existía el tiempo, las partidas de solitario eran su referencia respecto a cómo este transcurría subrepticiamente, igual que un sosegado río subterráneo que discurriera bajo sus pies. A cómo avanzaba en una dirección para, de pronto, trazar un giro brusco y regresar al punto de partida, desde donde volver a empezar.
Mientras barajaba sentía los últimos rayos de luz en la espalda. Ya no calentaban, y apenas lucían. El día tocaba a su fin para dar paso a la oscuridad de la noche. La extraña sensación de no comer nada había quedado atrás en algún punto del camino. No tenía hambre ni sueño, porque allí no existían esas dos cosas. Siempre tenía el estómago satisfecho y el cerebro despierto. Como máquinas autosuficientes.
Cuando terminó de barajar dispuso siete cartas sobre la mesa y comenzó una nueva partida, pese a que aun antes de hacerlo ya sabía que iba a perderla. Y la racha se prolongaría durante cuatro partidas más. Otras siete y tendría que volver a levantarse para incorporar al hombre después de que este sufriera otro ataque de tos. Diecinueve antes de verse obligada a interrumpir el juego para hacerlo de nuevo. Veintiséis antes del que llegaría a continuación. En torno a ciento cuarenta antes de que el sol volviera a despuntar por el horizonte.
Entre tanto, la noche transcurriría silenciosamente a su espalda, salpicada de estrellas y con la luna desplazándose en el mar de brea en que se había convertido el cielo. Acabó la partida que estaba jugando y, con la mente en blanco, recogió las cartas y se puso a barajarlas mientras su mirada yacía perdida en un punto de la pared situado por encima de la cama del hombre al que le había sido encomendado cuidar.
Dispuso otras siete sobre la mesa y dio inicio a una nueva partida.
Había pensado mucho y detenidamente qué era aquel lugar antes de llegar a una conclusión. La detestaba, pero era la explicación más razonable de cuantas había valorado.
Estaba en lo que, en Occidente, se hacía llamar Infierno.
No había fuego ni olor a azufre por ninguna parte. Tampoco llantos desconsolados, gritos de dolor o súplicas, pidiendo misericordia. Nada de eso. Tan solo una habitación de la que no podía salir, con un hombre enfermo en una cama, unos naipes y una ventana que le mostraba el circuito cerrado de luz y oscuridad, de día y noche en que se hallaba atrapada.
Como una aguja de tocadiscos atascada en los primeros segundos de una canción, repitiendo la misma parte una y otra vez.
Repitiéndolos por toda la eternidad.
-FIN-

Gracias por leerlo. Espero que te haya gustado.
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lunes, 2 de febrero de 2015

ANTOLOGÍA AMENTIA

Hace ya más de dos años que comenzó mi  aventura en Amentia, una antología de relatos de terror coordinada por Marcos Llemes y Misha Baker.

Hoy Amentia está ya disponible en Amazon, gracias al trabajo, al tiempo y a la dedicación de Nieves H. Hidalgo y Julieta P. Carrizo.

En Amentia encontraréis grandes autores, relatos buenísimos, espectaculares ilustraciones, prólogo del gran Juan de Dios Garduño y mucho, mucho terror.

¿Qué es Amentia?

Sombras bailando en la oscuridad, gritos que llenan el silencio y reverberan hasta perderse, desgarradores llantos que inundan el desierto, raíces que te atrapan y te reclaman al interior de la tierra, afiladas cuchillas que rasgan la carne y vísceras, ojos que te observan intentar huir, seres reales o imposibles que te aterran, miedos atávicos que te paralizan… El terror en estado puro, la locura en su máxima expresión, las pasiones y vicios llevados al límite. Una puerta a lo desconocido, a un lugar de donde ya no podrás volver; una siniestra invitación escrita con sangre: Amentia.


Os dejo el impresionante booktrailer




Podéis conseguirla en:

 amazon.es pinchando aquí

 amazon.com en este otro aquí

Pinchando en la imagen accederéis al portafolio con las ilustraciones que acompañan a los relatos de la antología.



Para mí ha sido un verdadero placer participar en esta 

antología  junto a tantos grandes escritores e ilustradores.

Espero que la disfrutéis.