Son
estupideces que la gente repite y siempre hay un
crédulo que afirma que
sucedió. Hay tantas leyendas
urbanas como miedos en los hombres.
Hablar de
estas cosas me ha recordado el cuento de
Borges, ese de los dos escritores…
Desde pequeña he oído contar esa historia, primero a mi abuela,
luego a mi madre… ahora soy yo la que se la cuento a mis hijos. Sé que es una
leyenda urbana o por lo menos eso creo… ha habido casos, todos los conocemos,
en los que se ha cumplido la maldición, pero es más fácil y sencillo llamarlo
casualidad.
Aquella madrugada volví a escuchar a aquel maldito perro
aullando, ya eran tres las noches en que me despertaba
sobresaltada su ladrido
lastimero, como el de un lobo
pidiendo explicaciones a la luna llena… cuando
salía el sol y
empezaba la jornada y la rutina de todos los días
intentaba
apartar ese sentimiento sobrecogedor de mi cabeza y de
mi corazón, pero no me resultaba fácil lograrlo: “Un perro
aullando por la noche nos avisa
de una muerte cercana e
inminente” – decía mi madre- y esa frase se me había
grabado a fuego.
Esta noche escribiré un relato sobre este tema... sí,
también soy
escritora y ahora mismo estoy inmersa en mi primer proyecto literario.
Salí temprano de casa, tenía que hacer algunas gestiones
antes
de ir al colegio, seguro que los chicos esperaban
impacientes mi llegada… pero
no hice nada de lo que tenía
programado en mi agenda para aquel jueves: la
inercia
guiaba mis pasos sin que yo pudiera intervenir en su
decisión y una
sentencia a modo de mantra retumbaba en
mi mente: “Tengo que acabar con él”.
Hacía frío y la fina lluvia que caía empapaba mi camiseta
calándome hasta los huesos, pero no pude evitar dirigirme
al parque: necesito
ir al baño de nuevo, no sé qué me pasa
hoy – pensé en voz alta. Él me estaba esperando junto al
estanque de
los patos, sentado en un banco leía en su
Tablet, quizá mi Orbis verbum-
aventuré - tenía la típica
pose de escritor uruguayo aficionado al diseño
gráfico.
Sonrió al verme llegar, la misma sonrisa que lo acompañará
para
siempre y que no tuvo tiempo de cambiar cuando me
vio sacar el cuchillo...
Y ahora juever@s, con vuestro permiso, me despido…
hay una clase
esperándome y… no quiero llegar tarde.
de nuestra fantasgótica anfitriona Judith donde
encontraréis muchas más leyendas urbanas...