Este jueves y desde El balcón de Cass aprovechamos la proximidad de la celebración de San Valentín y hablamos de AMOR, bueno... más o menos.
Allí se encontraban los dos, a escasos metros, uno detrás
del
otro, avanzando inexorablemente hacia mi encuentro,
como un caballero sobre su
blanco corcel, al rescate de su
princesa.
Aproximándose y cada vez más cerca estaba él, el hombre
de mi
vida, mi media naranja, el príncipe encantador de
mis sueños y detrás suyo, el
ángel del amor, con su arco,
sus flechas y sus alitas… lo tenía todo.
Había llegado el momento, después de tantos años de
espera, y
tan mala puntería, esta vez Cupido iba a acertar
en su disparo dando de pleno
en el centro de la diana.
De pronto, todos los castillos que había construido en el
aire
y que acababan en el “… fueron felices y comieron
perdices” se derrumbaron de
golpe. Fue justo cuando
aquella morena explosiva se interpuso entre mi amado y
la
flecha del endemoniado angelito.
No lo dudé. Con un movimiento, que desconocía que mi
cuerpo
fuera capaz de hacer, adoptando una
acrobática
postura que hubiera sido la envidia de Neo en Matrix y
unos reflejos
dignos de Spiderman, intercepté la flecha
con la mano y con una fuerza sobrehumana
la lancé
devolviéndosela al querubín del arco.
Esta vez no fue directa al corazón. Se la clavé entre ceja
y ceja.
De ahora en adelante, de mi vida amorosa me encargo yo.
Más de amores si te asomas al balcón carita de azucena...